⚓ Matarani: el puerto donde desembarca el poder financiero global
Por Iván Oré Chávez – REALBIOPOLÍTICA
En el extremo sur del Perú, donde la cordillera se
disuelve en el Pacífico, el puerto de Matarani opera como un nodo logístico de
apariencia nacional pero gobernanza transnacional. La concesión otorgada por el
Estado a Terminal Internacional del Sur S.A. (TISUR) en 1999 parecía una
apuesta por la modernización portuaria. Sin embargo, tras más de dos décadas,
lo que se ha consolidado es una arquitectura de captura: el Grupo Romero
controla el puerto vía Tramarsa, y ahora, en alianza con Global
Infrastructure Partners (GIP) —brazo de BlackRock, el mayor gestor
de activos del planeta con más de US$ 10 billones bajo administración—
proyecta una ampliación de US$ 700 millones sin alterar la fachada legal
de la concesión.
Este poder logístico-financiero no opera en el vacío.
El Grupo Romero, además de controlar nodos estratégicos como Ransa
(logística y almacenamiento), Alicorp (alimentos e insumos industriales), Santa
Sofía Puertos (holding portuario) y Tramarsa (servicios marítimos y
portuarios), forma parte de la oligarquía peruana tradicional, con
presencia histórica en espacios de sociabilidad como el Club Nacional de
Lima. Este club, fundado en 1855, ha sido durante décadas un centro de
articulación informal del poder, donde se cruzan intereses empresariales y
políticos bajo una estética republicana que oculta pactos contemporáneos. La
pertenencia de miembros del Grupo Romero a este círculo no es simbólica:
refuerza su influencia sobre operadores burocráticos y financieros.
Este movimiento se formalizó en noviembre de 2025,
cuando el Estado peruano firmó una adenda al contrato de concesión con
TISUR. Aunque GIP no figura como firmante, su rol es decisivo: financia,
planifica y coadministra la expansión del puerto mediante una alianza con
Tramarsa S.A., empresa logística del Grupo Romero. No necesita ser
concesionario ni operador para influir: basta con el capital y los pactos de
gobernanza. La Embajada
de EE.UU. en Perú celebró públicamente esta alianza, destacando la
participación de GIP como símbolo de confianza en el país. Pero lo que se
presenta como inversión es, en realidad, una forma de coadministración sin
responsabilidad directa, donde el Estado cede soberanía logística sin
modificar el contrato ni ampliar la fiscalización.
Pero el puerto no opera en el vacío. Su expansión está
directamente conectada con la Carretera Interoceánica Sur (IIRSA Sur),
que desde su inauguración ha facilitado el ingreso masivo de colonos,
maquinaria y capitales hacia la cuenca del Madre de Dios, donde la minería
ilegal ha devastado ríos, bosques y comunidades. El Estudio Diagnóstico
Hidrológico de la ANA (2010) ya advertía sobre el uso minero de aguas
superficiales en quebradas como Huacamayo y Dos de Mayo, con
deforestación de más de 900 hectáreas y condiciones laborales
infrahumanas. Según el Ministerio del Ambiente, más de 62,000
hectáreas han sido afectadas por minería ilegal en Madre de Dios.
La lógica es clara: la carretera abre el
territorio, la minería lo saquea, el puerto lo exporta y el capital global lo
financia. El Estado, mientras tanto, firma adendas, publica informes y
guarda silencio.
La Carretera Interoceánica Sur (IIRSA Sur) y el puerto de Matarani forman parte de una misma arquitectura de conectividad extractiva. La IIRSA Sur, inaugurada en 2011 como parte de la Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional Sudamericana, abrió un corredor bioceánico que conecta el Atlántico brasileño con el Pacífico peruano, atravesando zonas de alta biodiversidad y conflictividad como Madre de Dios. Esta vía no solo facilitó el comercio formal, sino que también aceleró el ingreso de maquinaria, insumos y capitales hacia enclaves de minería ilegal, especialmente en La Pampa, Huepetuhe y Delta 1.
https://logistica360.pe/la-via-maritima-mueve-el-85-del-comercio-internacional-del-peru/