ESTADOS UNIDOS Y AMERICA LATINA.
“Estados Unidos parece destinado por la Providencia a plagar América de hambre y de miseria, en nombre de la libertad...”
Simón Bolívar
I.- Presentación.
Hemos optado esta vez por inaugurar la tercera serie de nuestros debates aludiendo a un libro en el que fueran recogidos los escritos de José Carlos Mariátegui referidos a la región. Se trata, en efecto de “Temas de Nuestra América” que, como lo precisara Luis E. Valcárcel, sirvió al Amauta para formular un diagnóstico crítico de la evolución de nuestro continente en la etapa de desarrollo y crisis del capitalismo.
La concepción de la América nuestra, o como preferimos decir “Nuestra América”, no sólo fue una idea formulada y desarrollada por Mariátegui. Antes que él la acuñó José Martí y aún antes, con la misma noción libertadora, Simón Bolivar, que luchó denodadamente por la independencia de la que llamara América Meridional, para distinguirla de la América Anglo Sajona.
Fue esa una primera confrontación entre dos tesis: la América Latina por cuya unidad lucharon los hombres que hicieron el continente nuevo, y el Panamericano que nos habla de una falsa unidad continental entre América del norte y del sur, considera letal para las expectativas y aspiraciones de nuestros pueblos.
Ese Panamericano sirvió como doctrina en los años más duros de nuestra historia común porque encubrió todos los contrabandos. En su nombre, en efecto, se justificó la dependencia, el servilismo, la entrega de nuestros recursos al Gran Capital y el uso de nuestro suelo para los planes agresivos del Imperio en todas sus modalidades. La ingeniosa, pero no menos certera definición del Panamericanismo que en su momento nos diera Luis Felipe Angell podría ilustrar su contenido: “pan para ellos, y americanismo para nosotros”
En su momento Mariátegui nos aconsejó sabiamente: “la nueva generación hispano-americana debe definir neta y exactamente el sentido de su oposición a los Estados Unidos. Debe declararse adversaria del Imperio de Dawes y de Morgan; no del pueblo ni del hombre norteamericanos”. El Amauta salió al paso, de ese modo, de las diversas deformaciones del sentimiento antiimperialista de nuestros pueblos que podían caer en el extremo de denostar indebidamente de la cultura legada a la humanidad por personalidades reconocidas como Walt Whitman, o del pensamiento emancipador, como Abraham Lincoln
El Imperio, al que aludiera nuestro Maestro en las páginas de Variedades en diciembre de 1928, vivía aún tiempos de esplendor, pero muy pronto hizo crisis. Ella tuvo su punto más álgido al año siguiente, en el Jueves Negro, cuando cayera espectacularmente la Bolsa de Nueva York y tocaran fondo sus grandes consorcios.
El fenómeno, como se recuerda, entusiasmó a muchos. Y no faltaron quienes vieron el hecho como la antesala de una crisis sin retorno y el anuncio de una Revolución inmediata que arrasaría definitivamente con los vestigios del Capital.
Esa no fue la historia y hoy los cañones del Imperio, y sus inversiones, nos advierten que los monopolios están vivos y actúan contra los intereses de los pueblos amenazando incluso la existencia misma del planeta.
En ese contexto, la opinión de Bolívar, extraída de la carta que dirigiera el 5 de agosto de 1929 a su amigo el coronel Patricio Campbell y que encabeza nuestra reflexión, confirma la vigencia del pensamiento avanzado de los pueblos. También ahora, en efecto, la política de los Estados Unidos se orienta a plagar América de hambre y miseria en nombre de la libertad.
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II.- El poder norteamericano en nuestro tiempo:
Un Informe Secreto de la administración norteamericana publicado por el New York Time en 1992 –el así llamado “Informe Wolfowitz”- contenía un párrafo que en su momento reveló el sentido general de la política norteamericana en el mundo contemporáneo:
“Debemos desalentar –decía- que otras naciones industrializadas desafíen el liderazgo norteamericano, y debemos cuestionar el orden político y económico establecido. Debemos conservar una supremacía militar tal que disuada a los rivales potenciales, de aspirar a un mayor papel global o regional”.
James Petras, que cita la frase en su reciente libro “Imperio con imperialismo” alude también al Proyecto de un Nuevo Siglo Norteamericano en el que se sostiene que “La Pax Americana debe mantenerse durante todo el siglo XXI” y “El orden mundial debe fundarse con firmeza en una indiscutible superioridad militar norteamericana”.
Dos conceptos estrechamente vinculados entre sí. Por un lado, la idea de afirmar la superioridad mundial de los Estados Unidos. Y por otro, la noción clara de asegurar que ella se exprese a partir de un poderío militar inigualado por otras potencias.
Esta, que es una manera de apreciar el escenario de nuestro tiempo en el que las fuerzas del Gran Capital, tienen vigencia preeminente en América Latina, donde la capacidad económica y militar de los Estados Unidos con respecto a los países de la región, es simplemente abismal.
Los expertos aseguran que las relaciones entre el Imperio y el Tercer Mundo en nuestro tiempo, nunca fueron tan unilaterales, es decir, tan beneficiosas para el primero y tan perjudiciales para el segundo, como en América Latina. Un torrente de cifras, podría confirmarlo En los tres primeros años de la década de los ochenta del siglo pasado, por ejemplo, las empresas transnacionales norteamericanas obtuvieron 15 millardos de dólares de ganancia por operaciones en América Latina.
Las utilidades obtenidas por los consorcios multinacionales en América Latina no sólo se multiplicaron en el transcurso de los años, sino que, adicionalmente, se ató aún más la dependencia con el juego financiero de los organismos internacionales. Así, por ejemplo, la deuda externa, que según la CEPAL en 1980 sumaba 257 mil millones de dólares, subió en diez años a 440 mil millones y supera ahora los 830 mil millones, habiendo, cada uno de nuestros países, pagado escrupulosamente todos los compromisos, adeudos e intereses.
Hay que anotar a modo de ejemplo, que sólo entre 1982 y 1996 nuestros países pagaron 739 mil millones de dólares solamente por los servicios de la deuda externa, lo que confirma la idea de que enfrentamos un mecanismo sencillamente invencible. Incluso la Iglesia Católica admite hoy la tesis que hace más de dos décadas planteara Fidel: La deuda externa, es impagable.
Ese bien podría ser apenas el punto de partida de ganancias de todo tipo que fortalecieron la boyante economía de las grandes empresas y debilitaron cada vez más las exiguas posibilidades de desarrollo de nuestra región.
Si nos atenemos a la práctica que conocemos debemos subrayar que la dependencia que nos ata al poderoso vecino del norte tiene tres tentáculos. El poderío militar, la inversión financiera y la disponibilidad de los recursos que provee la región al mundo por la vía de la explotación capitalista; son los tres pilares de la dominación imperialista, que se expresa adicionalmente en la más abierta y descarada injerencia política en cada uno de nuestros países.
III. El Expansionismo en acción.
Como recuerda la historia, en 1823 James Monroe declaró que América Latina formaba parte de “la esfera de influencia de los Estados Unidos”. Esa idea se convirtió en doctrina y normó las relaciones permanentes entre las autoridades norteamericanas y los gobiernos situados más allá de las fronteras a lo largo de todo el continente. Estados Unidos actuó en los hechos como cancerbero de nuestros países y dueño de nuestro destino.
En 1846 emprendió su primera guerra contra el continente atacando a su vecino del sur, México, al que arrebató la mitad de su territorio. Los Estados de Texas y California, ricos en yacimientos de oro y de petróleo, fueron anexados a la administración norteamericana al fin de una guerra que tuvo todos los visos de una ofensiva expansionista del imperialismo.
Después conocimos otros hechos del mismo orden. En 1898 el gobierno de los Estados Unidos dispuso el desembarco de la infantería de Marina en Cuba y obligó a España a cederle territorios en Puerto Rico, Filipinas y Hawai, a más de otras zonas ribereñas. El dominio sobre Cuba es extendió hasta 1901 cuando las tropas yanquis debieron retirarse de la isla imponiendo sin embargo la Enmienda Platt y asegurado la concesión a perpetuidad de la Base Naval de Guantánamo, usada hoy como una de las más importantes cárceles secretas del Imperio.
Otra vez México en 1911, Nicaragua, 1912; Veracruz en 1914; Haití al año siguiente; República Dominicana poco después; Panamá en 1918; Honduras en 1924; otra vez Nicaragua contra Sandino entre 1924 y 1927; fueron todas un itinerario de sangre y de muerte, que se confirmó en Guatemala 1954 y diez años más tarde en República Dominicana.
La expresión de esa política, sirvió para imponer en estos países el dominio de gobiernos asesinos. Maximiliano Hernández, Rafael Leonidas Trujillo, Jorge Ubico, Anastacio Somoza, fueron tan sólo algunos de los especímenes que Washington impuso en nuestra América. Después vendrían otros: Fulgencio Batista, Castillo Armas, Pérez Jiménez, Rojas Pinilla, Manuel Odría. Y más recientemente los fascistas de los años 70.
Ellos, como se recuerda, se incubaron en la experiencia brasileña de 1964, en el marco del Golpe contra Joao Goulart y se alimentaron con las enseñanzas de la Escuela Superior de Guerra del Brasil que usaron todas las argucias heredadas del Imperio. La Escuela de las Américas y el trabajo de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos, le dieron forma a esa historia.
Si el Panamericanismo fue la concepción de fondo orientada a justificar esa política, numerosas otras versiones se manejaron en distintas etapas del proceso. Y se crearon también diversos mecanismos destinados al mismo propósito como el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, La Junta Interamericana de Defensa y los acuerdos bilaterales y multilaterales. Se trataba, en todos los casos de preservar la llamada “seguridad hemisférica” en los años de la Guerra Fría.
El correlato en el plano interior, fue la teoría de la “Seguridad Nacional”, como manera de enfrentar a un supuesto “enemigo interno” con las armas de la guerra. En los hechos, esos “enemigos” fueron los dirigentes sindicales, trabajadores, intelectuales, estudiantes, lìderes campesinos y otros contra quienes se desarrolló una estrategia de exterminio sin contemplaciones.
Expresiones de esta “guerra interna” en el interior de cada país fue el accionar de los militares en Paraguay, Argentina, Brasil, Uruguay, Bolivia y Chile. En nuestro país el fenómeno fue de alguna manera obstaculizado por la actitud de los militares progresistas de la época de Velasco. No hay que olvidar, por ejemplo que, en esos años, el gobierno peruano forzó la salida de las misiones militares norteamericanas que operaban en el Perú y luego expulsó al embajador Ernest Siracusa, connotado agente de la CIA que operó en diversos países de la región. De todos modos, una “cola” de esa política la tuvimos en los tiempos de Morales Bermúdez, cuando se permitió el accionar de Comandos secretos argentinos que vinieron para capturar a presuntos Montoneros, en 1978.
Quizá la expresión más desorbitada de la concepción que normó la política de la Casa Blanca en ese periodo, estuvo contenida en el conocido documento de Santa Fe I. Allí se concibió al mundo en el marco de una III Guerra Mundial no declarada, y se asignó a América Latina el papel de retaguardia estratégica de los Estados Unidos. Ronald Reagan y La Fontaine, Kirpatrick y otros, de la mano de los “Chicago boys” no sólo dieron nacimiento a una nueva política de guerra en la región sino que extendieron también el punto de partida en la aplicación del modelo neoliberal que hoy agobia a nuestro continente.
IV.- El proceso latinoamericano
El proceso latinoamericano es ciertamente muy rico. Refleja de un modo creciente el incremento en el nivel de las contradicciones con el Imperio y la capacidad de lucha de los pueblos que, situados al sur del río Bravo, buscan afirmar su independencia y su soberanía.
Hay que subrayar, sin embargo, que hace muchos años ya que la región dejó de ser el granero destinado a cobijar las materias primas, grandes riquezas de los consorcios extranjeros; y se convirtió más bien en un campo de batalla en el que constantemente se enfrentan las fuerzas más avanzadas con los núcleos más retardatarios ligados al Gran Capital.
Estas luchas han configurado a lo largo del siglo XX y lo que va del XXI un proceso complejo en el que se afirma una conciencia que crece en espiral, como decía Marx. Alimentada por el heroísmo y por la sangre de millones de hombres y mujeres de todos los países, la confrontación con el Imperio ha ido ganando la conciencia de las grandes masas populares y creando condiciones para que hoy sea bandera de pueblos enteros.
A comienzos de siglo, los líderes populares que jefacturaban la lucha contra el dominio yanqui eran personalidades que tenían una esfera de influencia limitada, como Emiliano Zapata o Pancho Villa, a los que resultó relativamente fácil abatir porque carecían de estructuras de defensa y de experiencia en la naturaleza de la confrontación que los devoraba. Eran aguerridos y valerosos patriotas que se identificaban con la causa de sus pueblos, pero carecían de recursos materiales y políticos suficientes para enfrentar con éxito al dominio extranjero.
Años después los dirigentes de esa lucha fueron Augusto C. Sandino y Farabundo Martí, heroicos líderes agrarios de países pequeños, que tuvieron el valor de convocar a la acción armada de sus pueblos para enfrentar la presencia opresora de tropas norteamericanas en su propio suelo. Sin embargo, más que adversarios, eran víctimas. No estaban realmente en condiciones de derrotar a las fuerzas de ocupación de sus países, pero tuvieron el coraje de actuar en las más duras condiciones y dejar sus vidas como testimonio de su ejemplo. En otras condiciones, el legendario Caballero de la Esperanza, el militar patriota Luis Carlos Prestes hizo lo propio en las inhóspitas selvas del Brasil atravesando el Mattogroso en una epopéyica jornada ocurrida entre 1924 y 1927.
La lucha contra el fascismo en el mundo contribuyó decisivamente a afirmar la fuerza de los trabajadores y de los pueblos, y ayudó también a que sectores muy amplios de la sociedad de la época abrieran los ojos ante la voracidad de los consorcios transnacionales que doblegaban resistencias, corrompían gobernantes y domesticaban a adversarios menos consistentes. Fue esa la historia de los Frentes Unicos, como la Alianza Nacional Libertadora en Brasil, o el Frente Popular en Chile, o incluso el Frente Democrático Nacional que en nuestro país levantara cabeza con José Luis Bustamante y Rivero.
¿Qué hizo que las fuerzas del imperio lidiaran contra los pueblos en tales circunstancias? ¿No fueron acaso, las fuerzas del socialismo en el mundo y las llamadas democracias burguesas afectadas por el nazi fascismo y enfrentadas a él en una u otra circunstancia las que vencieron unidas en la II Gran Guerra? . Si hubieran primado los cartabones democráticos que se alzaban en las grandes concentraciones populares de la época y a los que decían honrar incluso los gobiernos de las potencias capitalistas, no sólo hubiera sido menos costosa la derrota del fascismo sino que, adicionalmente, se habría podido afirmar mejor la conciencia ciudadana de amplias masas empeñadas en la lucha por el desarrollo y el progreso.
En el fondo, ocurrió que los marcos de la democracia burguesa no alcanzaron a minar la estructura de dominación en los países en los que gobernaron los partidos tradicionales, o las fuerzas social-demócratas, o cristianas. Finalmente, en el fragor del proceso social se afirmaron en occidente las relaciones de dominación capitalista y el Imperialismo pasó a convertirse rápidamente en la fuerza hegemónica. Fueron esos los años de la Guerra Fría en las que el Secretario de Estado John Foster Dulles, estratega de la invasión norteamericana contra Guatemala decía sin rubor: “Estados Unidos no tiene amigos. Tiene intereses”.
Y es que la administración norteamericana prefirió anteponer sobre todo los intereses de sus grandes consorcios por la simple razón de que eran sus representantes los que desempeñaban las más elevadas funciones en la administración norteamericana de la época.
El fortalecimiento de la URSS después de 1945 y el surgimiento de la denominada Comunidad Socialista de Naciones había abierto paso a un cambio cualitativo en la sociedad de aquel tiempo, pero la capacidad de acción de la democracia burguesa resultó trabada por los designios de los grandes monopolios. Los consorcios transnacionales impusieron sus designios e incluso se dieron maña para dividir a la Clase Obrera quebrando la unidad internacional de los trabajadores. El anticomunismo fue su bandera.
No fue fácil para los explotadores afirmar su dominio. Y ellos también debieron asimilar derrotas. Se desmoronó como un castillo de naipes el sistema colonial y la clase obrera pasó a la ofensiva en grandes luchas en todos los países. Ocurrió la Revolución China. Y en América Latina se redobló la lucha contra la explotación y por los derechos de pueblos y naciones. La secuela de todo ese proceso fue sin duda la Revolución de Cuba y la verdadera ola revolucionaria que sacudió el sub continente a partir de la experiencia Verde Olivo
V.- Los años 70 y el fin de una esperanza.
Una primera experiencia surgió en la región cuando afloraron procesos de diversos países: Velasco Alvarado en el Perú, Juan José Torres en Bolivia, Salvador Allende en Chile. Fueron esos los nombres de quienes ocuparon las funciones más altas en proceso sociales de enorme significado continental, pero sus luchas tuvieron abarcaron el accionar de pueblos enteros que pusieron realmente en jaque la dominación imperialista en el sector. Y Estados Unidos no descansó hasta dar al traste con esos procesos y ahogar en sangre las expectativas de los pueblos.
El miedo del Imperio hizo que sus portavoces hablaran de “el triángulo rojo” de América Latina”, y de “los generales rojos” aludiendo así a Velasco Alvarado y sus compañeros y a Juan José Torres y sus colaboradores en Bolivia.”. Se propusieron destruir la figura geométrica golpeándola por el eslabón más débil: Bolivia. De ese modo, en agoto de 1971, usando a un militar fascista, Hugo Bánzer, lograron derrocar al régimen de Torres y abrir paso a la destrucción de todo el triángulo.
Contra el Perú la prepotencia yanqui se expreso en una primera etapa de un modo enérgico. Vinieron amenazas sucesivas: la Enmienda Hickenlooper, la Enmienda Hollan, la Enmienda Pelly, la suspensión de la asistencia militar y el corte de créditos que se alzaron entre 1968 y 1969 para hacer retroceder al gobierno e intimidar al pueblo.
Sin embargo, la victoria de la Unidad Popular en Chile y la elección de Salvador Allende como Presidente de ese país, obligó a los norteamericanos a cambiar de táctica. Comprendieron, además que en el contexto del proceso peruano no tenían que enfrentarse sólo a un hombre y a un pueblo, sino también –y eso era lo más peligroso para ellos en la coyuntura- a una institución armada que al unísono se había alzado contra la prepotencia imperialista en la región.
La Casa Blanca no perdonó al gobierno de Velasco ni retrocedió ante él. Simplemente cambió de táctica porque comprendió que surgía en la subregión un proceso que apuntaba directamente al socialismo. Enfiló entonces en primer lugar sus cañones contra Chile, convencido como estaba que Allende no debía durar mucho tiempo ni afirmarse en la conducción del estado sureño. Se empeñó en derrocarlo a cualquier precio para luego ajustar cuentas con Velasco y los suyos.
En los últimos años, y luego de la caída de Pinochet, se publicaron numerosos estudios referidos a la experiencia chilena. Quizá dos de los más valiosos hayan sido el trabajo de Peter Kornbluh “Pinochet: los archivos secretos”, y el trabajo de John Dinges sobre la Operación Cóndor, complementado en forma brillante por Stella Calloni. Ambos, constituyen piezas magistrales que muestran en toda su magnitud el pacto criminal que generó una década de terrorismo internacional en el cono sur.
Y es que en ese escenario, la Operación Cóndor, fraguada en los hornos de la CIA en colusión con la dictadura de Pinochet, fue el más pérfido instrumento ideado contra los pueblos. Tuvo como misión exterminar a los adversarios de las dictaduras fascistas del cono sur desde los militares brasileños hasta el régimen de Chile, pasando por las administraciones de Paraguay, Uruguay, Bolivia y Argentina.
Como lo precisara Stella Calloni, la Operación Cóndor significó la continentalización de la criminalidad política, es decir, la difusión en todo el continente de las acciones terroristas manejadas desde Washington. La colaboración efectiva entre los servicios secretos de cada uno de los países involucrados en esa tarea dio a luz a esa ave de rapiña -el Cóndor- que anegó los suelos de América latina virtualmente en todas partes.
Uso de Escuadrones de la Muerte, privaciones ilegales de la libertad, ejecuciones extrajudiciales, habilitación de centros clandestinos de reclusión, tortura institucionalizada; fueron los mecanismos más activos del Estado Terrorista en el que Geisel, Bordaberry, Banzer, Stroessner, Videla y Pinochet actuaron con la más absoluta libertad y bajo el amparo directo de la administración norteamericana. Después, y de la mano con el Imperio, la Clase Dominante crearía mecanismos de impunidad que subsisten en nuestro tiempo y que han impedido que los asesinos sean castigados como corresponde y paguen sus crímenes con cárcel.
Hoy sabemos, por ejemplo que el 15 de septiembre de 1970 “durante una reunión de quince minutos mantenida entre las 15.25 y las 15.40 el Presidente Richard ordenó a la CIA que iniciase una ambiciosa intervención encubierta en Chile cuyo objetivo era impedir que Salvador Allende, el Presidente electo, llegase al Poder y se mantuviese en él”. Durante un encuentro sostenido en la Casa Blanca con Henry Kissinguer, John Mitchell –Fiscal general del estado y Richard Helms –Director de la CIA- Nixon “dio órdenes explícitas de promover un golpe de estado que impidiese a Allende ser investido el 4 de noviembre o que derrocara luego su recién creado gobierno”. Ese fue sólo de una guerra que se orientó hacia el exterminio de miles de personas.
Comentando la responsabilidad de los dirigentes del gobierno de los Estados Unidos en la época, el escritor Gore Vidal diría con certeza que Henry Kissinger era ya “el más grande criminal de guerra libre en el planeta”.
Fueron esos los años en los que las declaraciones triunfalistas y amenazantes de los opresores se alzaban sonoras: “sabemos cómo es ésta guerra y la vamos a ganar en el terreno que ellos elijan -decía en octubre de 1975 el general argentino Luciano Jáuregui- en los montes tucumanos, en las calles de nuestras ciudades, en las fábricas donde se pretende sabotear nuestra capacidad de producir y en las universidades donde se envenena a nuestra juventud con doctrinas foráneas”. Y lo decía, claro para dejar constancia que sus enemigos en esa guerra no eran sólo los subversivos, sino también los ciudadanos, los obreros, los estudiantes, todos aquellos que tenían “ideas foráneas”.
En el mismo periodo y en el mismo escenario argentino, el general Ibérico Saint Jean decía ostentosamente: “primero mataremos a todos los subversivos, luego mataremos a sus colaboradores, después a sus simpatizantes, enseguida a aquellos que permanecen indiferentes, y finalmente mataremos a los tímidos…”.
Y todo esto, claro, se decía con la bendición .de Washington, que duró hasta que las dictaduras hicieron agua y los asesinos se ahogaron en sangre.
De esa experiencia, renacieron los pueblos. Poco apoco, a partir de tan doloroso proceso, hombres y mujeres de nuestro continente fueron adquiriendo conciencia de la naturaleza de los hechos. Algunos incluso, a guisa de autocrítica, debieron admitir valoraciones que antes no suscribieron. Después del asesinato de Allende, por ejemplo, Juan Domingo Perón alcanzó a decir.
“Reconozcamos que una de las causas principales de los duros reveses sufridos por las fuerzas democráticas de América Latina, reside en no apreciar debidamente el rol de los Estados Unidos, responsables de la mayoría de golpes de Estado. Sus manos están manchada con la sangre de miles y miles de latinoamericanos caídos en la lucha por la libertad y la independencia”-
Desde ese periodo, la situación en América latina pasó a ser cualitativamente distinta. Podría decirse que tanto fermentó el antiimperialismo, que ahora esa agua se ha convertido en vapor. Los líderes de la lucha antiimperialista no son revolucionarios aislados de pueblos olvidados, sino gobernantes de países productores de petróleo, mineral, madera y otras industrias extractivas de innegable importancia en el mercado mundial. Tienen a sus espaldas masas populares que viven acelerados procesos de organización y lucha. Se abre así una nueva perspectiva para Nuestra América
VI. El nuevo escenario continental.
América Latina es ahora la suma de procesos revolucionarios que tienen distinto origen, diverso camino, diferentes opciones, pero un común denominador: los une la lucha contra el imperialismo y su expresión más desencarnada, la administración Bush, que representa hoy directamente los intereses más negros de la reacción mundial.
En cada país la realidad es diferente, pero dialécticamente, es también igual. Cada país tiene sus problemas, pero los que afectan a América Latina, agobian en una u otra medida a todos. El analfabetismo, la miseria, el atraso social, el subdesarrollo impiden la solución de muchos problemas, pero la deuda externa nos agobia a todos. A todos también nos afecta el hecho que las materias primas de nuestros países vuelven a ser recursos del Imperio, y no instrumento de desarrollo de nuestros pueblos.
Por eso se ponen en debate temas de fondo de la realidad continental. Cada día sectores más amplios de la sociedad se dan cuenta que los afecta un modelo de dominación que hace crisis y no resuelve las demandas de las masas. Cada día se afirma la idea que el camino que se recorre en una parte de América no tiene salida y no conduce a ninguna parte. Y por eso también crece la voluntad de muchos de combatir por cambios profundos en el escenario continental.
Esa es una de las virtudes de la crisis. No sólo ella pone en evidencia los problemas de los pueblos y politiza los debates otra vez; sino que adicionalmente permite comprender que los problemas continentales requieren de una solución global. Como en los primeros años de la década de los sesenta, se vuelve a hablar en América Latina, de una Revolución Continental.
Si Cuba es el país de nuestro continente en el que la organización y la conciencia revolucionaria ha logrado las mayores victorias en medio de una dura lucha contra el Imperio; en diversos países de la región ocurren fenómeno de innegable valor.
Venezuela y Bolivia son hoy los puntos más altos del proceso revolucionario latinoamericano. No sólo por el contenido del mensaje que enarbolan sus líderes, Hugo Chávez y Evo Morales, sino por la esencia de sus políticas y por la naturaleza de las luchas de sus pueblos. En ambos países, los procesos colisionan ya con los intereses de las empresas transnacionales y el tema pone en el centro del interés de los gobiernos la nacionalización de las grandes empresas.
El término “nacionalización”, como sinónimo de recuperación de las riquezas básicas hoy en manos de los consorcios transnacionales vuelve a ponerse en la orden del dìa de los pueblos luego de un largo periodo en el que la propaganda oficial hizo concebir a amplios sectores que esa era “una mala política”.
Estados Unidos tiene muchas dificultades para enfrentar la insurgencia de América Latina. No sólo porque actualmente la administración Bush está enredada en la crisis irakí, en la que soldados yanquis mueren día a día, sino porque en su propio país la opinión pública, de modo creciente, da la espalda a los planes guerreristas del Imperio.
Constituye un hecho conocido que el año 2010 Estados Unidos dejará de ser un exportador de petróleo y, por el contrario, necesitará adquirirlo en el mercado internacional. Radica allí el “secreto” de su guerra en el Medio Oriente. Le urge a Washington apoderarse completamente de la riqueza petrolera de Irak, pero también de la de Irán. Por eso prepara una nueva agresión militar contra ese país. Pero el petróleo que le resulta más asequible por razones de orden geográfico, está en Venezuela.
George Bush no tiene más alternativa, ahora, que comprar petróleo a Venezuela, pero en su fuero más íntimo sueña con la posibilidad de ocupar esos pozos como antaño, para asegurar su nivel de dominación en el mundo.
Pero no es solo el petróleo lo que altera el ánimo de los jerarcas del Imperio. También los recursos hídricos, la amazonía con toda su bio diversidad, y las ingentes riquezas mineras que tiene nuestro suelo, es lo que le quita el sueño a quienes se consideran hoy los amos del mundo.
El Plan Colombia, que se “justifica” como un plan destinado a combatir la hoja de coca y las acciones de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, no es sino una ofensiva militar orientada a apoderarse de los ingentes recursos de la amazonía. Por esa misma razón Estados Unidos se empeña en mantener la base militar de Mantas, en Ecuador, e incluso tienta la posibilidad de transferirla al Perú si sus diferencias con el gobierno de Rafael Correa se acentúan. Y por eso también su creciente interés en el Alto Huallaga.
Los peruanos tenemos el deber de informarnos acerca de las diversas propuestas que se manejan en el Poder Ejecutivo y que aluden a convenios militares con los Estados Unidos, acuerdos de instalación de puestos en la amazonía o zonas ribereñas, del control de navegación en los ríos, del combate al narcotráfico. Y también de la incursión de efectivos militares de los Estados Unidos en nuestro territorio. Varias de esas autorizaciones han sido extendidas en los primeros seis meses de gobierno aprista para beneplácito de Washington.
Todo indica, sin embargo, que en la medida que se agudice la crisis en la región y que se incrementen las contradicciones entre el gobierno norteamericano y los países más avanzados del área: Venezuela y Bolivia, crecerán también los planes agresivos del Imperio Por lo pronto, el gobierno de USA prepara su ofensiva denunciando lo que ha dado en llamar el “fundamentalismo andino”, es decir, el conjunto de propuestas avanzadas provenientes de los países andinos, sobre todo, precisamente, Venezuela y Bolivia.
La sola expresión “fundamentalismo” andino constituye una manera de asociar la lucha de los pueblos de América Latina con las deformaciones del denominado “fundamentalismo musulmán”. Si para enfrentar este último, es necesaria una guerra ¿no podría ser también ella indispensable en el caso de América Latina?. Combatir con las armas el fundamentalismo allí donde aparezca, parece ser el “mensaje” que busca acuñar la Casa Blanca para justificar su política de guerra ante la opinión pública de los Estados Unidos e incluso ante el mundo.
Para el efecto de aplicar su política el gobierno de los Estados Unidos cuenta, como antes, con diversos mecanismos: la fuerza de las armas, el poder del dinero, la genuflexa conducta de nuestros gobernantes, la despolitización de las masas y el miedo al cambio que suele apoderarse de la gente. Pero también, con otros mecanismos de sometimiento: la deuda externa, el ALCA y los Tratados de Libre Comercio, que usa para reforzar su control sobre nuestras economías y afirmar su dominio en la región.
Pero más allá de la teoría que procura desarrollar el gobierno de los Estados Unidos, está el hecho que ata, al mismo tiempo, los nudos de su política de dominación apoyándose en los gobiernos que considera “suyos”. El “eje” que busca afirmar en la región es el que une a tres gobiernos a los que tiene sometidos. Oscar Arias, en Costa Rica, Alvaro Uribe en Colombia y Alan García en el Perú. La suma precaria y contradictoria de esos tres mandatarios constituye la herramienta de su política ¿Podrá consolidarla?.. Eso, en gran medida, dependerá de la propia voluntad de los pueblos.
Cuando crece la idea de la Revolución Continental se afirma también la noción clara de la solidaridad internacional como pieza clave en la política de los pueblos. La solidaridad con Cuba y con los procesos que se desarrollan hoy en Venezuela y Bolivia constituye piezas claves para la política de los pueblos.
La experiencia de Nicaragua, otra vez con un gobierno Sandinista; el nuevo gobierno de Ecuador, con Rafael Correa; el proceso brasileño con el segundo gobierno de Lula; los cambios ocurridos en la Argentina de Kirchner y el Uruguay de Tabaré Vásquez; e incluso los acontecimientos de Chile, con todas sus limitaciones; avizoran una nueva realidad continental y alientan la más amplia solidaridad
Pero nuestra solidaridad no puede quedarse en el respaldo simple a lo que ocurre más allá de nuestras fronteras. Tiene que perfilarse también en una –nuestra- política de crecimiento y desarrollo, de la afirmación de nuestra propia perspectiva revolucionaria. Y eso pasa por abordar tareas fundamentales vinculadas a la unidad y a la lucha de nuestro pueblo.
En este contexto evocar los Temas de Nuestra América, constituye no sólo un deber, sino también una tarea indispensable para todos nosotros.
Muchas gracias,
GUSTAVO ESPINOZA M.
Lima, 7 de febrero del 2007
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